LA NOSTALGIA ES EL SUSPIRO DEL INSOMNE

4.17.2010


Daniel Limar es un muchacho de veintiséis años ignorado por el resto de la sociedad. Se podría decir que es un hombre invisible.

Daniel se despierta.

En el baño, se mira fijamente en el espejo pero no se reconoce; siente que el reflejo le es completamente ajeno y que ni los movimientos se asemejan a los suyos. Hace treinta días que no se encuentra en ningún lado, siempre cree ver una persona distinta, cualquiera, menos él.

Sus ojos dicen más que su boca, hasta sus labios dicen más que su boca, su boca que nunca emite sonido alguno.

Daniel camina.

A las doce en punto del mediodía, Daniel sale a caminar sin rumbo. Hasta el cansancio. Camina esquivando a la gente que lo empuja ignorándolo, o que simplemente no puede verlo.

Se mueve sin intención, solo deja a su cuerpo en libertad, y éste se aprovecha como si intentara escapar, y se podría decir que lo logra. Por lo menos logra escapar de su vida en los sueños y de la pesadilla cotidiana.

Todos los días se encuentra a sí mismo escuchando los lamentos de la casa vacía.

Son las seis y veinticuatro de la tarde y Daniel se detiene en medio de Plaza Italia. Un escalofrío que le recorre la espalda y un nudo en su garganta lo obligan a tirarse al suelo, con la cabeza entre las manos, y llorar.

Abre los ojos y se asoma al cordón de la vereda para pedir un taxi. Increíblemente, uno acude. Las miradas con el taxista se cruzan y se da a entender que no tiene adónde ir.

El auto le produce una sensación de paz interior, una desconocida paz interior.

El taxista maneja durante media hora hasta detenerse frente a un bar. Llegamos, le dice. Daniel saca del bolsillo izquierdo de su campera un billete de cien. El tachero lo ataja –No es nada, andá tranquilo, tomalo como un favor.

En la puerta se leía un cartel luminoso que exclamaba “No se aceptan originales”. Al abrir la gran puerta de metal pudo darse cuenta de que el bar no era nada excepcional, lo único extraño era el hombre sentado en la barra.

-¿Que hacés acá?

-El destino me dejó en la puerta.

-La muerte querrás decir.

-Sí, da igual, al final es lo mismo.

-Éste no es el final, es el comienzo.

-¿El comienzo de qué?

-Ya te vas a enterar, mientras tanto, levantá la cabeza al caminar, sonreí cuando te mires al espejo y lo más importante, no pienses. Vas a empezar a notar la diferencia.

Esto significó un cambio radical en la vida de Daniel Limar. Ahora la persona en el espejo le devolvía las sonrisas. Daniel iba caminando por la calle y la gente lo saludaba como si nunca hubiera sido un hombre invisible. También empezó a viajar en colectivo, en subte y siempre tenía un rumbo definido. Consiguió el teléfono de una chica en un bar y realmente sentía que la vida le estaba dando una segunda oportunidad.

Pero esto duró un mes aproximadamente. Un sábado a las seis de la mañana el sonido del timbre despertó a Daniel, pero decidió ignorarlo. Sonó de nuevo. Se puso la bata y abrió la puerta. El taxista lo esperaba con una carta entre las manos.

“La felicidad que experimentó estas últimas semanas fue solo una demostración de lo que es estar del otro lado del plano. Una demostración de lo que es tener el control sobre la vida de uno mismo. Si quiere un poco más de esa sensación, búsqueme en los bancos de la Plaza Flores, yo estaré esperando sin importar la demora.

R. K. Alonso”

En ese momento, a Daniel se le cruzó por la cabeza la posibilidad de que ese tal Alonso fuera el hombre que había conocido en el bar aquella noche.

La carta lo mantuvo meses sin dormir, la buena vida ya no era tan buena y las sonrisas parecían falsas. Los vecinos ya no eran tan amigables y los transportes públicos no lo dejaban pensar.

Pensar, eso fue lo que destruyó la buena vida, pensar siempre fue el problema.

El precio del pensador es la soledad, la melancolía.

Las horas se iban mientras Daniel pensaba qué era lo que había querido decir Alonso con “estar del otro lado del plano”. La respuesta solamente la podía encontrar en Flores.

La Plaza Flores no es muy amigable a las dos de la madrugada. En el banco más alejado a Rivadavia, Daniel pudo encontrar al hombre del bar. Por primera vez lo estudió con la mirada, era ciego, de ochenta años aproximadamente.

Antes de que Daniel pudiera pronunciar palabra alguna, el viejo le hizo señales para que hiciera silencio.

–En el bar de enfrente vas a poder encontrarte, y con ese encuentro, pasarás automáticamente al otro lado.

-¿A qué otro lado? -preguntó sintiendo como si algo dentro suyo pidiera a gritos salir.

–Al otro lado del espejo, vas a dejar de ser un simple reflejo y vas a poder decidir el rumbo de tus caminos.

Sin dudar ni un segundo, el reflejo de Daniel Limar corrió hasta la puerta del bar. El café le resultaba extrañamente conocido, no porque ya hubiera estado ahí, sino que sentía que él había estado pensando en ese bar durante meses, aún sin siquiera conocerlo.

Exactamente enfrente de la puerta por la que Daniel había ingresado, se hallaba otra, por la que entró un muchacho completamente desconocido.

Se sentaron en la misma mesa, enfrentados. Se miraron. Durante horas se miraron, buscando una mínima similitud, una garantía de que eran la misma persona.

El medio día llegó y ellos seguían mirándose. Daniel se dio cuenta de que lo único familiar en el otro, eran los ojos. Unos ojos llenos de angustia y dolor. Ojos que escondían caminatas eternas y llantos desconsolados. Le era tan ajeno como siempre lo había sido, ya que Daniel nunca pudo ver sus propios ojos, nunca se conoció la cara. Sin previo aviso, agarró un cuchillo de la mesa y apuñaló al original en el corazón.

Un sentimiento de culpa y miedo se apoderó de él instantáneamente. Había matado al original, a su reflejo. No sabía qué consecuencias podría traer eso en su vida, tal vez seguiría encontrándose con desconocidos en las vidrieras de los locales y las ventanas de los autos.

Desde ese día, Daniel no pensó más.

Ahora camina con un rumbo determinado, saluda a la gente por la calle, sonríe a las señoritas que pasan a su lado y cada tanto se cruza al taxista, que lo saluda con una sonrisa en los labios. Pero nunca más se encontró en ningún espejo. Tal vez Daniel era el reflejo de una generación. Una generación que murió junto con él en aquel bar infernal.


no todo es
lo que parece
no todo es
como crees

querés vivir
y ver el mundo
querés crecer
querés amar

todo va bien
hasta un punto
después caes
en la verdad

es ese cruel
humano mundo
que nos toco
por realidad

y si querés saber
que es lo que te va a pasar

mira al de al lado
cuidado que sabe matar

y otra vez
estas desnudo
peleándote
para morfar

si no crees
en este mundo
sabe bien que
sos uno mas

y si querés saber
que es lo que te va a pasar

mira al de al lado
cuidado que sabe matar